Violeta Mayoral
DO
Sábado 15 de abril - Sábado 10 de junio
En Do, Violeta Mayoral investiga el comportamiento de los fenómenos pequeños, aquellos que duran poco y que son difíciles de ver, en un ambiente determinado. Es en esta escala donde la artista advierte un movimiento importante: la cualidad de los cuerpos pequeños de orientarnos hacia el mundo y situarnos en un sí mismo que señala la pertenencia a un sistema mayor.
A través de un proceso de reducción a su expresión mínima de existencia y del uso y la atención por técnicas y herramientas básicas, las dos piezas que componen la exposición muestran la forma en la que se sostiene un sistema complejo e interdependiente y desplazan la cuestión estética hacia la pregunta por la escucha y la visión.
DO
Sábado 15 de abril - Sábado 10 de junio
En Do, Violeta Mayoral investiga el comportamiento de los fenómenos pequeños, aquellos que duran poco y que son difíciles de ver, en un ambiente determinado. Es en esta escala donde la artista advierte un movimiento importante: la cualidad de los cuerpos pequeños de orientarnos hacia el mundo y situarnos en un sí mismo que señala la pertenencia a un sistema mayor.
A través de un proceso de reducción a su expresión mínima de existencia y del uso y la atención por técnicas y herramientas básicas, las dos piezas que componen la exposición muestran la forma en la que se sostiene un sistema complejo e interdependiente y desplazan la cuestión estética hacia la pregunta por la escucha y la visión.
La primera nota de mi última libreta dice esto: “Se escucha todo.”.
Bajo tres renglones para dar espacio a la frase, la leo dos o tres veces, la vuelvo a leer pero esta vez en voz alta, le pongo un punto dentro de las comillas para trasladar la rotundidad con la que la escribí y que deduzco por el subrayado. Le pongo otro punto fuera aunque no se si hace falta. Dejo una nota para que la leas despacito. Me esfuerzo en buscar las palabras que traduzcan el sentido de la frase pero si lo piensas bien ya está todo ahí. La dejo como está y hablamos de otra cosa.
El día que la escribí hacía frío y estaba bajando las escaleras de casa de mi madre. Lo recuerdo nítidamente porque el sonido que la motivó cambió sutilmente mi percepción de la casa. La misma silla, el mismo sofá, pero diferente silla y diferente sofá. Igual de pequeña pero íntimamente más grande. Durante las tres semanas que estuve allí el sonido aparecía repentinamente a lo largo del día y de la noche, el aire frío que lo traía de afuera atravesaba el cristal de la ventana para quedarse en el interior el tiempo que pudiera retenerlo.
Hay varias cosas en las páginas de esa libreta que me hacen pensar en que esto viene de lejos. Me recuerdo escuchando. Tenía ocho años, estaba enfrente del piano que me habían regalado cuando empecé el conservatorio y que iban a vender por aquel problema. Alcé el dedo índice, aunque me habían enseñado que la nota do siempre se tocaba con el pulgar, y la presioné hasta que el sonido se convirtió en recuerdo. Once años más tarde, mi amiga Sara esperaba a que se acabara mi turno encima de unas cajas del almacén del bar en el que trabajaba. Había un piano viejo y me pidió que tocara algo que recordara de esa época. La senté en una caja vacía de CocaCola y me hice un hueco con el culo. Cogí su dedo índice y lo empujé delicadamente hacia la tecla do. Solté su mano unos segundos después de que el sonido dejará de sonar y, aunque ya sabía por la forma en la que ella había dejado de presionar la tecla, la miré para confirmarlo.
Cuando escuchas un cuerpo sonoro de corta duración se genera un movimiento precioso; la propiedad de situar al oyente en un sí mismo que se orienta hacia el mundo. Hablo del giro fundamental; el movimiento de sincronización. La sincronización es una tendencia hacia la armonización entre dos cosas que se encuentran tan cerca y tan lejos como el sol. Es una fuerza vibratoria rítmica que funciona por arrastre, haciendo que cada uno de los tiempos siga un ritmo maestro. Es el movimiento que nos saca de la cama, el bostezo de la noche, aquello que acelera el paso al caminar cuando llegas tarde o lo que regula la respiración entre dos seres que permanecen juntas el tiempo necesario. Yo lo llamo grado cero, una reacción recíproca de adaptación que puede comprenderse como un ajuste mutuo. En el grado cero se produce un unísono.
Que algo exista depende de su duración, del tiempo que transcurre entre su inicio y su fin. El attack y el decay, el sube y baja de una onda sonora. Lo que aquí escuchas es la grabación de una corriente de viento, que atravesó el espacio de halfhouse a través de sus ventanas, reducida al tiempo mínimo necesario para su existencia; 19 milisegundos. La duración hace que algo sea una cosa o sea otra. El tiempo del sonido que escuchas es el necesario para que pueda existir. Una subida y una bajada de la curva. Si durara menos no se escucharía, si durara más podríamos reconocer su origen, su imagen, su representación y la escucha se situaría en el régimen de la expectativa de una composición de larga duración.
Cuando escuchas una composición de larga duración la audición se prepara para atender a aquello que suscitan las cualidades estéticas y que se extienden en una dimensión temporal. A diferencia del sonido de una rodilla que cruje o el de un disparo en la lejanía, estos sonidos secuenciales son compuestos para una duración que se sostiene y produce para los requisitos del auditorio. El oyente se dispone para una situación de escucha relacionada con la expectativa de aquello que alguien alguna vez diferenció como sonidos musicales: melodía, armónicos, ritmo, voces, letras y una duración mínima de 20 segundos.
Aunque los sonidos de corta duración son parte importante del ambiente sonoro de un lugar y condicionan un hábito de escucha, no tienen por qué ser escuchados conscientemente: se oyen por casualidad. Sin embargo, en 19 milisegundos suceden muchas cosas: pierdes un brazo, percibes el negro que aparece en el abrir y cerrar de ojos, te roza el viento o te puedes enamorar. Muchos fenómenos acústicos ocurren en una extensión corta de tiempo y son necesarios para que el sistema cognitivo, que los identifica como puntos de referencia, pueda ubicar y orientar al oyente en el entorno. Los puntos de referencia nos ayudan a no sentirnos sin entorno, sin ellos no sabríamos en que lugar estamos y cuál es nuestro lugar. El sentido de la orientación, imprescindible para la supervivencia, está estrechamente ligado a la escucha. De hecho, una de las funciones del aparato auditivo es reconocer la dirección y la distancia de la fuente sonora. También reconocer la voz humana, por eso este órgano está meticulosamente especializado en distinguir frecuencias medias, que son las frecuencias en las que se encuentra la voz. Como el sonido existe gracias al aire que lo hace rebotar con las superficie somos capaces de reconocer las dimensiones de un lugar. El mismo sonido será diferente según el espacio en el que vibre y el espacio será diferente según el sonido que lo recorra. Entonces, el sonido no solo es parte de la arquitectura de un espacio sino que la modifica.
Me pregunto ¿Cómo un sonido se integra en el ambiente sonoro de un lugar? ¿De qué manera se comporta un sonido ambiente? ¿Cuáles son sus cualidades sonoras? ¿En qué términos se piensa en relación a una situación de escucha?
Preguntarse por las condiciones y característica que hacen que un sonido llegue a ser parte de un lugar es atender a las cualidades más básicas del sonido: La escucha, la amplitud (duración), la intensidad (volumen), el ritmo (intervalos de pausa) y lo más importante, la relación de estos parámetros con el ambiente sonoro existente.
La arquitectura interna sonora no es independiente a su exterioridad, está estrechamente determinada por los sonidos que la envuelven, por lo que al rechazar la división entre sonidos internos y externos es posible estudiar el espacio como un cuerpo sonoro en sí y comprender la manera en la que se produce la sincronización a través del funcionamiento de la resonancia. Es decir, la manera en la que la vibración de uno estimula la autoactividad o la autovibración del otro creando un campo sonoro total. Por ejemplo, la percepción de la intensidad del volumen de la pieza dependerá de si es domingo o es lunes. Si es un día laboral se verá afectado por la actividad del vecindario, por el contrario, si es de noche, el volumen se apreciará más fuerte. A su vez, y aquí aparece lo interesante de la reciprocidad, la pieza sonora parece estar señalando o amplificando los sonidos que la envuelven haciéndolos presentes. Si el volumen se
percibe más alto advertimos cuáles son los acontecimientos externos, por ejemplo que es de noche o domingo. Esta relación de responsividad, de afectación, sucede cuando las ventanas están abiertas. Si están cerradas la escucha se desplaza a un espacio interno y son solo las paredes las que actúan como resonadores y no el evento sonoro exterior. Entonces, la pieza no aparece en su interioridad, sino que es en la escucha total donde surge el ritmo compartido.
A lo que cuesta ver
Hace unas semanas mientras grababa la corriente de aire y rastreaba la habitación de invitados a través del zoom de la cámara de mi móvil, encontré debajo de la cama una taza de café. Como había perdido su forma vertical podía ver su fondo. Nos quedamos mirando.
Pienso en que todo será fondo o figura alguna vez en su vida y que solo es cuestión del engranaje del enfoque; ese dispositivo que bascula la profundidad de la mirada entre un primerísimo primer plano que se escapa y un fondo que recoge la fuga. Entre esos dos movimiento nos relacionamos con el mundo. A veces hay que acercarse para ver algo, otras alejarse. Sin embargo, una vez que lo has visto ya sabes que está ahí.
Al igual que el sonido, el hilo que ocupa el espacio central de la sala también aparece a partir de un proceso de reducción a su grado mínimo de expresión y se sostiene en el último indicio de su forma. La pieza no es más gruesa que el ancho de un cabello y ha sido pintada con los colores de las cosas lejanas que se ven desde la ventana. He metido dentro el verde del pino, el rojo de la moto que pasó rápido por la carretera, el azul del cielo de las 12h, el de las 16h y el de las 20h, el verde del pantalón corto que está tendido en el balcón, el rosa de la camiseta del tendedero de más abajo, el lila de la funda de almohada que está al lado, el amarillo sucio de la persiana, el amarillo chillón de la pelota, el rojo vino de la fachada, el naranja de las naranjas que tiré al descampado y que ahora se estarán descomponiendo.
Lo que más me gusta es que la pieza no está, se aparece. Para que se manifieste necesitas recorrer esos centímetros hacia la justa cercanía que la hace visible y luego girar a su alrededor para percibir cómo cambia según el fondo con el que se encuentre. Los cuerpos pequeños pueden ocupar mucho cuando se les deja espacio. Como la escala pequeña nos obliga a buscar otro manera de enfocar el alrededor, el entorno acompaña a la retina en la formación de la figura, por lo que el hilo es capaz de convertir en fondo todo aquello que se quede por detrás, no hay ningún hueco en la sala que no esté afectado. Aquí también se ve todo, nos guste o no.